En la comunidad Kaizen de Jaime Rodriguez de Santiago un compañero ha dejado una entrada comentando que no tiene objetivos ni metas.
Tiene pareja, amigos, salud física y mental, padres sanos, trabajo estable, …
Ha conseguido todo aquello que se suponía tenía que conseguir para vivir bien pero lo único que siente es un gran vacío existencial. Sin sueños ni objetivos, pasa gran parte de su tiempo en redes sociales y en Youtube. Siente que está desperdiciando su vida.
En los comentarios se ha hablado de que no sabemos qué queremos de la vida, de la presión que ejerce a veces la búsqueda del propósito vital. También de las creencias, de la presión externa que nos hace tomar decisiones que nos causan infelicidad.
Se han dado consejos de explorar, ser curiosos, no tener prisa. De no juzgarte, …
Y se ha hablado de la importancia de lo suficiente, que es de lo que quiero hablarte en esta entrada.
A veces nos obsesionamos con querer más y eso nos impide valorar lo que tenemos.

¿Por qué queremos siempre más?
Es parte del ser humano, esta en nuestro genes, en nuestra capacidad en buscar y adaptarnos al placer.
La adaptación hedónica se encarga de arrebatarnos la sensación de satisfacción que nos invade el conseguir una meta. Por eso hemos hablado alguna vez de disfrutar el camino y no la meta.
Para saber más de la adaptación hedónica haz click aquí
Podemos fijarnos en los Epicureos para ayudarnos en este problema del hedonismo.
Hedonismo, Epicureismo y Cálculo hedónico
El epicureísmo es un movimiento filosófico fundado alrededor del 307 a. C. basado en las enseñanzas del antiguo filósofo griego Epicuro. Para el epicureísmo, el placer era el bien superior, y lo definía como “ausencia de dolor o de turbación”.
Según Epicuro hay que tener conocimiento y disciplina suficiente para tener el placer justo sin llegar al dolor. A esto lo llama el cálculo hedónico.
En un banquete un hedonista comería hasta hartarse, un epicureista solo lo necesario para disfrutar sin llegar a sentirse mal.
La diferencia con el hedonismo también está en el tipo de placeres que elegimos. Si vamos a beber un vino, el hedonista elegirá una botella de vino muy caro y exclusivo. En cambio un epicureista elegiría uno “suficientemente bueno”.
¿Cuánto es suficientemente bueno? Es algo con lo que disfruto pero sin ser difícil de conseguir ni exclusivo. No supone conformarse o renunciar. Supone agradecer lo que tenemos.
El conformarnos con lo suficientemente bueno es una forma de no caer en la adaptación hedónica, ya que el que busca constantemente algo mejor, acabará por no conformarse con nada y eso produce dolor.

El sesgo de impacto
tendemos a suponer que las situaciones negativas serán mucho peores de lo que en realidad son. O que las positivas serán mejores de lo que efectivamente terminan siendo.
Hay una máxima budista que dice que todo deseo es una infelicidad que elegimos, que por cada cosa que deseamos hacemos un contrato con nosotros mismo hasta que lo conseguimos. Esto nos enseña que mucha veces hay que conformarse con lo suficiente. El problema es saber dónde esta ese suficiente
Esto está relacionado con la tendencia a la comparación que todos hacemos en nuestra vida. En varios estudios se ha visto como las personas prefieren tener sueldos más bajos pero ser de los que más cobran, frente a cobrar más pero ser de los peor pagados. Es decir, nos gusta sobresalir por arriba, cueste lo que cueste.
Conclusión
A veces nos obsesionamos con querer más y eso nos impide valorar lo que tenemos.
Tenemos que tener mucho cuidado con la adaptación hedónica que nos puede hacer infelices.
Dejo por aquí un cuento sobre el tema…
“Hace muchos, muchos años, en la antigua China, un rey quiso recompensar a uno de sus leales súbditos. Le dio derecho a elegir cuantas tierras quisiera de su reino y serían suyas para siempre. Lo único que tenía que hacer era caminar alrededor de ellas, marcándolas a su paso, y después regresar al rey para reclamarlas. El hombre emprendió su camino y tras recorrer 5 kilómetros, se dio la vuelta dispuesto a regresar. Pero en ese momento dudó. Tal vez estaba siendo poco ambicioso. Tal vez necesitaba un poco más. Quizás debería andar hasta lo que alcanzaba a ver en el horizonte. Una semana después completó esa distancia. Y entonces le asaltaron nuevas dudas: ¿y si había una sequía o un diluvio? ¿No sería mejor tener además de tierras para cultivar, bosques en los que cazar y ríos para pescar? Decidió andar un poco más. Tardó un año en llegar a esas otras tierras. Entonces pensó en su familia. ¿Sería suficiente para las próximas 10 generaciones? Tal vez debería conseguir acceso al océano, por si querían hacerse comerciantes. Siguió caminando. Para entonces estaba ya agotado, pero cada paso aumentaba su riqueza. Diez años después emprendió el camino de regreso, envejecido y exhausto. Al llegar al palacio, se desplomó a sus puertas y murió. Nunca consiguió lo que se proponía, porque siempre quería más. Sus hijos se quedaron sin tierras. Nunca disfrutó ni un poco de la buena vida que buscaba, porque nunca era suficiente.”