¿CONOCEMOS NUESTRAS LIMITACIONES y NUESTRAS FORTALEZAS?
Si eres una persona perfeccionista, te gustan las cosas bien hechas o te pone nervioso la ineptitud, no te será extraña la sensación de sentirse que estás rodeado de inútiles.
Algo así es lo que le pasó a Raymon Hull, escritor, dramaturgo y periodista canadiense, que en su día a día tenía la sensación de estar rodeado de personas ineptas. Tanto es así que empezó a apuntar todo lo que creía que la gente hacía mal. Pero Hull quería ir más allá, quería saber las razones que hacían que la gente fuera tan inutil. El destino quiso que un día en el teatro, conociese al doctor Laurence J. Peter (catedrático de ciencias de la educación de la universidad de California), quien, tras haber recopilado información sobre el tema, tenía una teoría sobre el origen de la incompetencia. Lo llamó el «principio de Peter»
«En una jerarquía todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia».
Cuando somos buenos en nuestro trabajo, tenemos muchas posibilidades de que nos vayan dando más responsabilidades y acabemos ascendiendo a un puesto mejor. Esto será así hasta que las nuevas funciones que tenemos que hacer queden fuera de nuestro conocimiento. En ese momento no podemos ascender más, pero quedaremos atascados en un puesto para el que no somos eficientes.
Segun esta teoría, la única forma de permanecer en un puesto es ser un negado para el mismo. Así, a lo largo del tiempo, la empresa estaría formada por personas poco competentes en su puesto de trabajo.
En resumen, el sistema jerarquico puede convertir a un empleado excepcional en un director inutil.

Laurence J. Peter cedió sus ideas a Hull, quien en 1969 redactó un libro llamado “El principio de Peter”, que consiguió que esta teoría se volviera viral.
El autor también denominó la figura de los «competentes en la cumbre»: Aquellas personas que son muy buenas en lo suyo y que ascendieron sin llegar a alcanzar ese nivel de incompetencia. Según Peter y Hull estos «competentes en la cumbre» se producen cuando las empresas no tienen puestos donde esos empleados puedan demostrar su inutilidad. Pero por lo visto, estas personas acabarían necesitando buscar un nuevo trabajo en el que poder alcanzar dicho nivel de incompetencia.
Aunque este principio peca de simplista, es cierto que se puede dar una desconexión entre nuestras habilidades, aptitudes o fortalezas y nuestro conocimiento sobre ellas. Esto estaría relacionado con dos sesgos cognitivos, la incapacidad aprendida y el efecto pigmalión.
La incapacidad aprendida: Se trata del infradesarrollo de las habilidades de una persona porque el entorno, sobre todo académico, está estructurado solo para valorar unas actitudes muy concretas, sin tener otras muchas en cuenta. De esta manera un verdadero genio en el baile puede pasar toda su vida sin saberlo debido a que lo que se espera de él en su entorno es que triunfe en el fútbol. Cuando decimos que a un niño “no se le dan las matemáticas”, esta afirmación puede hacer que el rendimiento baje ya que el niño pensará “ ¿Para qué voy a estudiar si no se me dan bien las matemáticas?”.
En el otro extremo tenemos el efecto Pigmalión, se refiere a la influencia que puede ejercer la creencia de una persona en el rendimiento de otra. Si un profesor de manera subjetiva piensa que un niño es más listo que los demás, inconscientemente lo tratará de una manera diferente y al final es más probable que el niño saque mejores notas.
“Todas las personas somos genios pero si mides la capacidad de un pez poniéndole a subir un árbol pasará el resto de su vida creyendo que es un inútil” Albert Einstein
