Érase una vez un rey, que vivía en la ciudad de Gordión, península de Anatolia, en la actual Turquía, que murió sin descendencia. Para resolver la sucesión al trono, se consultó al oráculo del templo quien indicó que debían coronar rey al primer hombre que llegase hasta el templo, montado en un carro tirado por bueyes en el que se habría posado un cuervo.
Así ocurrió y un campesino llamado Gordias lo consiguió y fue coronado rey. En agradecimiento, ofreció su carreta al dios Zeus. La carreta y el yugo de los bueyes fueron atados a una de las columnas del templo con una cuerda que se anudó de una manera especialmente enrevesada. En dicho nudo, no se podían ver las puntas o cabos de la cuerda, con lo cual era muy difícil saber cómo se había realizado el nudo.
El oráculo de la ciudad pronosticó más tarde, que quien desatara el nudo sería el dueño de todo el Oriente.

Cuatro siglos después, Alejandro el Magno, en plena guerra de expansión hacia el Oriente, pasó por Gordión y los sacerdotes del templo lo desafiaron a resolver el problema. Dada su complejidad, ninguno de los numerosos optantes a desatarlo, lo había conseguido.
Cuando Alejandro magno vio lo complejo que era, desenvaino su espada y lo cortó por la mitad de un tajo.
Se dice entonces que afirmó que “no es la leyenda la que determina el destino, sino el filo de la propia espada”
Es decir, no podemos deshacer los nudos más complicados usando métodos convencionales, sino que debemos partirlos por la mitad con un enfoque totalmente nuevo.
Cuántas veces nos habremos dado por vencidos o ni siquiera habremos intentado hacer algo porque es considerado muy complicado, cuando la clave quizá este en mirarlo desde otro ángulo y resolverlo de otra manera.
