Imagina por un momento que te encuentras en la biblioteca más grande del universo, una con estanterías que se extienden hasta el infinito, donde cada libro es una pieza del puzzle eterno del conocimiento. Aquí, el silencio no es ausencia de sonido, sino un murmullo constante de las voces de todos los pensadores que han existido. Este lugar no está en ninguna parte y al mismo tiempo está en todas, y tiene un nombre que todos conocemos: lo llamamos Dios.

Desde que los humanos comenzaron a mirar las estrellas y a preguntarse por el ‘por qué’ de las cosas, hemos utilizado la figura de Dios para llenar los vacíos de nuestro entendimiento. Pero, ¿y si en lugar de ver a Dios como un ser supremo que detenta todas las respuestas, lo percibimos como la búsqueda misma de esas respuestas?
Platón nos dio la idea del Bien, un concepto tan perfecto y tan absoluto que todas las cosas buenas no son más que reflejos de esa forma pura. En esta visión, la verdad absoluta y el conocimiento son divinos. Avanzamos unos cuantos siglos y nos encontramos con Santo Tomás de Aquino, para quien la existencia de Dios era tan evidente como la luz del día. Pero él no se detuvo ahí; nos ofreció su visión del primer motor inmóvil, una causa primera que puso en marcha todo lo que conocemos sin ser movido por nada más. La ciencia moderna busca este primer motor en el Big Bang y en las leyes de la física, pero para Tomás, este era Dios.
Y aquí estamos en el presente, donde la ciencia ha llenado muchos de los huecos que en tiempos antiguos se atribuían a lo divino. Pero cada respuesta abre la puerta a un nuevo misterio, cada descubrimiento es un recordatorio de todo lo que nos queda por aprender. Para algunos de nosotros, esta incesante búsqueda es en sí misma una experiencia espiritual. Dios no es el ser que espera al final del camino con todas las respuestas, sino el viaje mismo lleno de preguntas.
Conclusión: Tal vez Dios sea el conocimiento, ese impulso que nos lleva a preguntar, a explorar, a descubrir. En cada teorema, en cada partícula subatómica, en cada estrella que examinamos, no estamos alejándonos de lo divino, sino acercándonos más a ese vasto océano de sabiduría que algunos llaman Dios.
Y así, la próxima vez que te encuentres devorando un libro o maravillándote ante un documental científico, considera por un momento que estás caminando por esos pasillos infinitos de la biblioteca universal, tomando otro libro de la estantería, y acercándote un paso más a la comprensión de lo que algunos llaman divinidad. Porque, al final del día, cada uno de nosotros es tanto un bibliotecario como un peregrino en la búsqueda del conocimiento más sagrado.
