Está claro que no todas las conversiones son iguales y por lo tanto, los resultados que podemos obtener de ellas también son muy variados.
En el libro “El poder de las palabras”, Mariano Sigman expone un experimento que realizó junto con Joaquin Navajas y Gerry Garburlsky para explorar cuál era la mejor forma de tomar decisiones colectivas.
El experimento se realizó en un teatro con diez mil personas. Desde el escenario, los experimentadores hicieron 8 preguntas y cada participante anotó las respuestas y la confianza que tenía sobre lo respondido.
Por ejemplo: Si se pregunta cuántos metros mide la torre Eiffel, una persona responde que mide 300 metros con una confianza de 9 mientras que otra responde 250 metros con confianza de 3.
Posteriormente se agruparon a las personas en pequeños grupos de 5 donde tenían que discutir las respuestas durante 3 minutos con el fin de encontrar la mejor respuesta posible.
Al volver a su sitio, la mayoría decidían cambiar su respuesta llegando a una conclusión mejor que la original o incluso que la del grupo.
Al termino de la conversación las opiniones de los integrantes de cada grupo se vuelven mas parecidas, ponderando las respuestas según el nivel de confianza de cada participante. Además, al haber separado los grupos de cinco en cinco, se evita el contagio de ideas, cuál cortafuegos.

Sabiduria de las multitudes
Galton realizó un experimento similar en 1907. Los resultado lo llevaron a acuñar el término sabiduria de las multitudes, ya que observó que cuando se mantienen conversaciones enriquecedoras en pequeños grupos, los datos u opiniones más ruidosas van desapareciendo, llegando a conclusiones más exactas, mejorando así las estimaciones según el nivel de confianza que deposita cada participante.
En cambio, cuando el diálogo se realiza de manera masiva, es más dificil mantener el respeto, ciertos puntos de vista se esparcen, contagiando las opiniones individuales y perdiendo la diversidad. Desgraciadamente hay muchos ejemplos en la historia de cómo una minoría consiguió convencer de ideas absurdas a toda una población.
Como dice Sigman, los que vociferan quieren ser escuchados y no escucharse a si mismos.
Esta visión parte de los antiguos filósofos, donde se filosofaba de diferentes temas en pequeños grupos. El banquete socrático incluía a un trágico, un medico y un cómico para así poder compartir diferentes perspectivas de la conversación.
De hecho, la palabra simposio viene de sin (junto), poi (bebida) y sis referida a la acción, beber juntos.
Michel de Montaigne, filósofo, escritor, humanista y moralista francés del Renacimiento, creador del género literario conocido en la Edad Moderna como ensayo, escribió uno de ellos llamado “El arte de conversar”. En este ensayo, Montaigne reivindica la necesidad de conversar. Recuerda el dicho de Catón el viejo: los sabios tienen más que aprender de los tontos, que éstos de los sabios
Pero conversar bien no es tan sencillo como parece. Para ello nos ofrece estos consejos.

Consejos para conversar
- No ofenderse con el que piensa distinto y abrazar a quien nos contradice
- No hablar para convencer sino para disfrutar. Apreciar el ejercicio del razonamiento
- Hablar desde la voz propia y no de una repetición enciclopedica de citas
- Dudar de uno mismo y recordar que siempre podemos estar equivocados
- Usar la conversación como un espacio vital para juzgar nuestras propias ideas
- Valorar las ideas solo por el impacto que causan cuando las ponemos en practica igual que respetamos a un cirujano por sus operaciones o a un músico por sus conciertos
- Conservar un espiritu crítico vivo
- No confundir lo bello con lo cierto
- Evitar prejuicios, distinguiendo atentamente los ejemplos concretos de las generalizaciones
- Encontra el buen orden de nuestras ideas y revisar cuidadosamente nuestros argumentos
- Reflexionar sobre lo que aprendimos del otro en la conversación
“La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha”– Michel de Montaigne