En esta entrada vamos a hablar sobre ética, moralidad y Abelardo.
No nos referimos al futbolista que jugó en el FC Barcelona, sino de Pedro Abelardo, un filósofo, teólogo, poeta y monje francés.


Dos personas están siendo juzgadas por un tribunal. La primera había disparado un arma para gastar una broma. La bala había rebotado en la pared de un edificio y había acabado matando a su amigo.
La segunda había seguido a su exnovia a casa y la había disparado. Su puntería era mala y falló, pero luego cambio de idea. ¿Quién debería ser castigado con más dureza? ¿Tendría que pasarse la primera persona el resto de la vida en la cárcel por un accidente tremendamente desgraciado? ¿Tendría la segunda que recibir únicamente una amonestación por su “suerte moral”?
Eso era lo que le preocupaba a nuestro amigo Abelardo en el siglo XII.

En la época en la que escribió Abelardo, la iglesia sostenía que los actos eran buenos o malos.
El incesto, el robo, la blasfemia … -> malo (independientemente de las intenciones o el conocimiento del agente)
Abelardo pensaba que eso era ridículo. Creía que la valía moral de un acto dependía por entero de sus intenciones.
Ejemplo que usaba Abelardo:
Dos hermanos separados al nacer. Años más tarde, se reencuentran y se enamoran (completamente ignorantes de su parentesco). Para Abelardo no estaban en pecado, para la iglesia estaban condenados.
Abelardo fue un revolucionario en su época, se atrevió incluso a decir que el sexo no era pecado. Afirmaba que si el placer sexual dentro el matrimonio estaba aprobado por la iglesia, pero se convertía repentinamente en pecado fuera de él, el acto en sí no era la cuestión desde el punto de vista moral.
Las intenciones
Como siempre pasa en ética, no son afirmaciones tajantes. ¿Cómo podemos estar seguros de las verdaderas intenciones de una persona? Un asesino difícilmente admitirá su premeditación. Los tribunales modernos tienen que ponderar diversos análisis de personalidad, revisar las pruebas, …
Aunque después de leer “Ruido” de Daniel Kahneman no sé si nos podemos fiar mucho de las sentencias de los jueces.
Kahenman nos muestra varios estudios sobre el ruido (la variabilidad no deseada del juicio profesional) la coherencia insuficiente en la toma de decisiones.
Se examinaron 1,5 millones de casos judiciales y se descubrió que el ruido suele influir en las decisiones de los jueces. Por ejemplo los jueces tienden a dictar sentencias más duras los días siguientes a las derrotas del equipo de fútbol local.
Ignorancia vs negligencia.
Por otro lado, ¿Cómo reconocer la muy delgada línea que separa la ignorancia de la negligencia? Afirmar que “no sabía que las armas eran peligrosas” ¿es una defesa razonable?
¿Cuánto debemos esperar que se esfuercen las personas para educarse?
¿Cuánto debemos saber sobre las consecuencias de nuestros actos?
Dejo por aquí un modelo mental:
Navaja de Hanlon
“Nunca hay que atribuir a la malicia lo que pueda ser adecuadamente explicado por la estupidez”.